Cuando casi se había quedado dormida, recordó el colgante que debía averiguar cómo abrir. La curiosidad se apoderó de ella y todo resquicio de sueño desapareció, corrió hacia su bolsa de cuero, donde guardaba sus pertenencias, lo agarró y se tiró a la cama de un salto.
Lo intentó de todos los modos posibles que encontró. Nada.
-¡Dichoso colgante! –maldijo por lo bajo-. Más te vale tener algo importantísimo ahí dentro.
Se calló al instante. Halt, Gilan y Will hablaban y por la seriedad de sus voces, y el tono de murmullo que empleaban, debía ser importante. Se acercó a la puerta sin hacer ruido y aplicó la oreja.
-... Si Lord Mason está de por medio, me extraña que no haya muerto ya –dijo Gilan sombríamente.
-A lo mejor consiguió escapar de él... –sugirió Will.
-Podría ser. Es rápida –reconoció Halt-, se mueve como una ardilla por los árboles y corría como una gacela por el prado. Sin hacer un solo ruido...
Siguió halagándola, pero ella ya no escuchaba; “corría como una gacela”. El colgante de madera tenía forma de gacela. ¿Tendría que ver con que era veloz y sigilosa? Escuchó una voz en su cabeza que decía cariñosamente:
-Mi pequeña gacela siempre trotando por el campo.
Aquella voz le sonaba, pero no le ponía cara. Este dato le pareció importante, pero no tardó en volver a pegar la oreja a la puerta.
-Estoy pensando –siguió Halt-, que debemos ir a Springmountains, allí posiblemente recuerde mucho.
-Pero... –protestó Will.
-¿Si? –dijo elocuentemente Halt.
-No, no es nada.
Emma pudo notar desde aquí el calor que desprenderían sus mejillas.
-Vamos –le alentó el adusto montaraz paternalmente-, di.
-Es que... –balbuceó algo.
-¿Qué?
-Que se acerca el festival de primavera, y en fin...
-Pensabas invitarla –acabó Gilan.
¿Se refería a ella?
-Bueno, sí –intentó recuperar sus aires de despreocupación-. Quería que conociera a mis amigos...
-Ya –dijo Gilan que sabía que ese no era el motivo-, en fin, sigamos.
-Si, como decía, creo que debemos partir a Springmountains lo antes posible. Me gustaría saber que hacía Nicholas tan lejos de su casa. Al fin y al cabos son tres días, y no es un viaje de placer; hay demasiados zarzos para disfrutar del paseo. Bueno, mañana hablaremos con Emma, creo que por hoy, hemos acabado la labor. Buenas noches.
-Hasta mañana.
Emma se iba a retirar a la cama pero una tablilla sonó con estruendo, rápida y sigilosamente fue hasta su cama y se tapó. No tardaron en abrir la puerta para ver si todo estaba en orden. No debieron notar nada extraño, porque poco después cerraron la puerta sigilosamente.
Emma consideró todo lo que había oído, y también se le pasó por la cabeza la idea de seguir con el misterio del colgante, pero pensó que a lo mejor, volvían a irrumpir en su habitación, así que desechó la idea.


Se despertó sofocada y sobresaltada, estaba llorando. Como una niña pequeña, corrió al cobijo de unos brazos que la consolasen. Confió en que a Will no le molestase el que irrumpiera en su sueño. Fue sollozando silenciosamente hasta la estancia principal donde ahora dormía el muchacho. Le rozó con suavidad el brazo y él se despertó.
-¿Qué te pasa? –preguntó en un susurro mientras dejaba que llorase en su hombro.
-Ya sé lo que le pasó –dijo mirando a Will-, y es horrible.
-Tranquila, solo ha sido un sueño –le acarició las mejillas para quitarle las lágrimas.
A pesar de lo tierna que resultaba la escena, ella se enfadó.
-No era un sueño –cada vez parecía más una niña pequeña-, era un recuerdo.
-Vale –se interesó un poco más a pesar del sueño que había en sus ojos-, cuéntamelo, no, espera, tranquilízate y luego me lo cuentas.
Cuando consiguió dejar de hipar, se separó de Will, se secó las lágrimas con la manga de su camisón y respiró profundamente.
-Estábamos Nicholas y yo huyendo de una pareja, no sé por qué, y Nicholas estaba herido, así que me dejó todas las flechas que tenía mientras se hacía un torniquete en el brazo. Disparé casi todas las flechas de mi carcaj, y cuando solo me quedaba un par, conseguí dar al hombre. La mujer se paró en seco a socorrer a lo que creo, era su marido. Pensábamos que estábamos fuera de peligro, no obstante seguimos corriendo, pasamos por muchos matorrales de zarzas pero no nos paramos. Conseguimos encontrar un sendero que no tenía muchas zarzas, y lo seguimos. Intenté atenderle la herida –volvió a sollozar-, pero no me dejó, “siempre alerta” solía decir. Me esforcé por seguir el consejo, pero no podía evitar el mirarle y sufrir mientras cabalgábamos, “no es nada” repetía una y otra vez. Y por mi culpa, sin darnos cuenta, nos tendieron una emboscada, solo eran tres, pero casi no tenía flechas, y quería proteger a toda costa a mi maestro, con lo cual mi atención diminuyó, y cuando una espada pendía sobre mi cabeza, le dio una fuerte palmada al caballo y salió corriendo. Herradura no era feliz dejando atrás a Nicholas, pero estaba adiestrado para no parar en circunstancias así. Miré atrás mientras intentaba parar al caballo, le iban a matar, y todo sería por mi culpa, así que me tiré del caballo y corrí tanto como pude, pero... pero... –no pudo evitar el volver a llorar y solo la reanudó para decir-... No lo pude evitar, y sabes cuales fueron sus últimas palabras –le pareció que decir todo aquello era vergonzoso, pero necesitaba desahogarse-, “corre mi pequeña gacela, corre y escapa” y me sonrió.
Tuvo que parar; no podía dejar de revivir aquel momento en donde, el que para ella era su padre, sonreía y se ponía la mano sobre el colgante que ella le regaló, para morir.
Recordaba perfectamente como el día de su 43 cumpleaños le había regalado un colgante de madera donde una gacela y un oso se enroscaban en un abrazo. Era ridículo, pero para ellos tenía un bonito significado.
También recordó el primer día que vio al montaraz; todo el mundo se pensaba que aquel pequeño pero ancho hombre, era algo así como un mago negro, a ella no le pareció malo y le preguntó para espanto de su madre “¿por qué todos le temen?”, “porque no saben –respondió tristemente”, “pues a mi no me pareces malo”, “¿A no? –la miró- ¿Y qué te parezco?”, la niña se lo pensó durante un momento “me pareces un oso”. La madre la cogió como si fuera un saco de patatas y salió corriendo. Mientras botaba sobre el hombro de su madre le vio reír, y desde entonces se veían mucho, le invitaba a tomar flanes, tartas y todo tipo de dulces. Su padre biológico había muerto mientras ella era pequeña, así que aquel regordete y simpaticón montaraz se convirtió en su padre. Cuando la niña tenía 13 años, su madre murió a causa de una gripe, y como todos los huérfanos, iba a ser mandada al internado, pero Nicholas, le pidió al barón John que le permitiese quedarse con ella, que iba a ir al colegio hasta el último curso (15 o 16 años), así que el barón no pudo más que aceptar.
La niña estaba triste por la muerte de su madre, pero era feliz con el montaraz, así que el último año, con todo el dinero que había ahorrado a lo largo de su vida, mandó que tallasen el colgante que, el día de su muerte descansaba en su mano. Aquel último año, empezó su adiestramiento como montaraz, y en pocos meses consiguió avanzar mucho, siempre alentada por su maestro. No la ahogaba en halagos, es más casi nunca le decía que lo había hecho extraordinariamente y cosas así, siempre decía “hoy ha sido un día de trabajo duro pequeña gacela”, y según él, si no llega a tratarla de ese modo, hoy en día sería la montaraz más engreída del planeta.
Will sabía que debía dejarla su tiempo, pero se empezaba a quedar dormido, así que preguntó:
-Y, ¿a ti que te pasó?
-Oh –dijo sorbiéndose la nariz-... Si perdona, pues, como siempre, le hice caso y salí corriendo a toda pastilla, pero me dolía la espalda de la caída, así que no tardaron en darme alcance. Me secuestraron durante lo que creo, fue un mes o por ahí. Y continuamente, todos los días a todas las horas, me torturaban para que les dijese el importante mensaje, hasta que un día, al idiota gordo que mató a Nicholas, se le pasó la mano conmigo, caí conmocionada, y luego desperté sin recordar nada. Al incorporarme, esto lo había olvidado también, vi a una anciana que parecía ciega, y me dijo, que me había caído por las escaleras, y como había perdido la memoria no la cuestioné y me fui.
Will estaba sorprendido con aquella horrible historia, la chica prosiguió con sus sollozos, acurrucada en el regazo del muchacho, mientras este repasaba los hechos.
Poco después de que Emma parase de sollozar, Will se quedó dormido, al igual que ella.


Emma abrió los ojos perezosamente, y se dio cuenta de que había pasado el resto de la noche acurrucada en Will. “Bien –pensó- le voy a dar otro motivo a Gilan para que me incordie”. Al alto montaraz le encantaba chinchar a Emma, aunque con Will tampoco se quedaba corto. Pensó que si se levantaba e iba rápidamente a su cuarto como si no hubiese pasado nada, Gilan no se daría cuenta, pero segundos después de que llegase a ella un sabroso olor a café desechó la idea. Will también debía estar despierto, porque su cuerpo estaba tenso, quizá rezando por no abrir nunca los ojos. Aquella muestra de afecto les iba a costar más de dos meses de sonrojos.
Percibió el sonido de los platos chocando contra la mesa; sabía que estaban despiertos.
-Arriba tortolitos, no os podéis pasar el día así aunque queráis.
Con la cara roja, se incorporaron rápido sin fingir que acababan de despertarse.
-Gilan –dijo Will con simulada indiferencia- te he dicho alguna vez que eres idiota.
-Un par de veces, pero no me molesta.
-Y por cierto, el que nos hayas encontrado así –dijo volviendo a sonrojarse-, no significa lo que tu piensas, Emma me despertó en medio de la noche porque tuvo una pesadilla.
“Como si él se lo hubiera impedido –pensó Emma”.
-Cuéntale lo que recordaste.
-Will –dijo algo molesta por lo de antes-, si no te importa, me gustaría ahorrar saliva, así que esperaré a que venga Halt.
-Vale, vale.
El anteriormente nombrado apareció por la puerta minutos después y les contó todo lo recordado.
-Creemos que al hombre gordo que recuerdas se llama Lord Mason –habló por fin seriamente Gilan-, es un recaudador de impuestos, y con eso quiero decir saqueador, porque siempre pide más de la cuenta; lo de que era asesino, pocos lo saben, pero los montaraces no somos tontos.
-Yo siempre he pensado que se traía algo entre manos con su hija Lady Cindy, y su difunto marido, Sir Patrik.
Durante el desayuno apartaron un poco el tema principal, la muerte y el mensaje que tenía que entregar el montaraz Nicholas. Ella también debía de saberlo, pero no lo recordaba.
Al final del desayuno Halt le anunció que irían a Springmountains para ver si recordaba su pasado.
-Partiremos en dos días –dijo finalmente el Halt.
-¿Y no podríamos partir antes? –preguntó la muchacha.
-No, tenemos que anunciarle al barón Arald que nos vamos, y rezar porque nos dé su permiso.
Emma se preguntaba por qué tardaban tanto en movilizarse, ya estaba deseando que fueran al castillo para que le diesen el permiso de partir, y poder salir cuanto antes.

Cuando ya casi era la hora de comer, se fueron hacia el castillo, dejándoles el único mandato de que practicasen todo lo que pudiesen.
Al terminar de comer, salieron e hicieron todo tipo de ejercicios. Después de repetirlos alrededor de mil veces, llegaron los montaraces. Emma esperó paciente a que bajasen de sus caballos.
-¿Y bien? –preguntó deseando que la respuesta fuese la esperada.
-Dice que nos permite como máximo 2 meses –dijo Halt-, ni uno mas ni uno menos. Mañana al alba partimos, no hay tiempo que perder.
Planificaron lo que iban a hacer y prepararon todo lo que necesitaban.
Se fueron a la cama antes de que anocheciera, y Emma a pesar de que sabía que mañana se levantaría agotada cogió el colgante de plata una vez más y lo intentó abrir. “Al fin y al cabo –pensó para justificarse- no iba a poder dormir hasta tarde por los nervios, así que mejor hacer algo útil”.
Cuando la luna bañó la estancia, decidió que iba siendo hora de intentar dormir.