Mientras se acostaba y cogía postura, pensaba en que aquella semana había sido agotadora. Ella sabía que la tarea de recordar, sería muchísimo más complicada y que iba a tardar años en averiguarlo todo.
Aún con el sol escondido por el este, una suave voz la levantó.
-Buenos días –susurró Gilan en su oído.
Se estiró y desperezó. Se levantó y fue hacia el comedor.
-Hola.
-Buenos días –saludaron Will y Halt.
-Emma –dijo Halt-, va a acompañarnos un aprendiz de guerrero; se llama Horace y es amigo de Will. El barón quiere asegurarse de que estás segura en todo momento para que solo te tengas que preocupar de recordar tu pasado y ese importante mensaje que tenías que entregar –“sobre todo eso” pensó Emma-. Ya nos ha acompañado más veces, y te puedo garantizar que no te van a tocar ni un pelo.
Emma sabía que lo decían para tranquilizarla, pero le molestaba que no confiasen en ella para defenderse.
-Gracias –soltó por fin.
Desayunaron a todo correr para partir cuanto antes, y segundos después de acabar se escucharon los cascos de un caballo. El jinete llamó a la puerta.
-Soy yo, Horace –dijo tímidamente una voz grave.
Gilan fue y abrió.
-Hola –saludaron todos, inclusive Emma.
-¿Qué tal todo? –preguntó Will.
-Buff... Acabo muerto, pero, ya sabía que iba a ser así de difícil.
Chocaron las manos amistosamente.
-Esta es Emma –dijo Will señalándola.
-Encantada –le estrechó la mano.
-Lo mismo digo.
-Bueno –suspiró Gilan-, debemos partir.
Salieron al establo y montaron en los caballos.
-Will, Horace –dijo Halt-, vosotros flanquearéis a Emma, nosotros iremos unos metros por delante para ver que todo está en orden; tú Emma, vigila la retaguardia.
Halt y Gilan salieron a toda prisa, y cuando consideraron que era una buena separación les siguieron.

La mañana pasó sin incidentes, no hablaron demasiado por el camino. Al principio Horace se presentó, diciendo qué le gustaba, qué estudiaba, cómo llevaba el curso... luego conversaron sobre temas sin importancia, con alguna que otra pausa entre una y otra, y por último la pausa se prolongó hasta la hora de la comida.
Estaba un poco alterada, sentía como si pensase más despacio, y su imaginación volaba hasta límites insospechados. “Qué me está pasando –se pregunto mientras le pegaba un mordisco a su pan”
-Creo que hoy no debemos forzar demasiado la marcha –dijo la lejana voz de Halt-, los caballos tienen que estar descansados, porque me parece que mañana va a llover, y los charcos de barro les cansarán.
-Sí –asintió Gilan-, la verdad es que el cielo tiene mala pinta.
No se había fijado, pero ahora una manta de color gris claro cubría el cielo.
Transcurrió una tarde algo aburrida, Will y Horace hablaban muchas veces, y de vez en cuando le preguntaban algo a ella, o le comentaban cualquier cosa, o igual se reían de alguna chorrada graciosísima, pero ella ni respondía a las preguntas, ni a los comentarios, y no se reía. Esta actitud lejana le estaba enfadando a Will, y ella lo sabía, pero no sabía por qué se comportaba así ni como podía remediarlo.
Llegó la noche y la hora de dormir, se organizaron turnos: Emma sería la primera, luego Horace, después Will, seguidamente Gilan y por último Halt.
Trepó a un árbol para tener mejor visión. Su turno pasó sin incidente alguno, aparte de la visita de un par de ardillas curiosas.
Horace estaba despierto así que se ahorró el desgastar saliva. Casi sin darse cuenta era por la mañana y estaban chapoteando entre charcos de barro. O todo pasaba demasiado rápido o ella iba demasiado lenta. La lluvia la estaba mojando sin piedad, empezó a granizar y debido a la velocidad, las incordiosas piedrecitas heladas le hicieron arañazos en la cara. No le importó. Estaba atontada, y de repente... Todo se desvaneció...


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